
A las 23:45 horas de la noche del 14 de abril de 1912, los vigías a bordo del RMS Titanic vieron un enorme iceberg hacia el que la nave se dirigía irremediablemente. Una espesa niebla y la falta de mejores medios para ayudarles en su tarea (binoculares, por ejemplo) hacían casi imposible ver cualquier objeto que se encontrase a cierta distancia de la nave. Debido a su enorme tamaño, el Titanic no pudo virar a tiempo y pasó rozando el iceberg y adentrándose en la la tragedia tal y como todos sabemos.
En las investigaciones llevadas a cabo tras el hundimiento del Titanic, se llegó a la conclusión de que de haberse hallado en posesión de la llave que les hubiese permitido abrir los compartimentos de los puestos de observación y usar los binoculares disponibles, los vigías podían haber alertado de la presencia del fatídico iceberg con antelación suficiente como para hacer virar la nave de forma segura. Sin saberlo, David Blair había sellado el negro destino del mayor barco jamás construido al olvidar una pequeña llave en el bolsillo de su chaqueta.

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